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martes, 27 de enero de 2015

MONUMENTO A LOS CAÍDOS EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER MILITAR. 1986


 

La importancia de la palabra escrita radica en que esta trasciende y se eterniza y si un buen lector es quien la descubre, esta puede ayudar a reconstruir los hechos pasados con la fuerza de la conciencia, por eso se valora tanto el discurso escrito, con todo y los avances que existen actualmente. Mi doble convicción de Bibliotecario y Archivista me obliga a afirmar que si no está escrito e impreso eso que queremos comunicar al mundo, no trasciende y nos hacemos parte de los hostiles de la preservación de la memoria venezolana. La redacción de esta entrada esta hecha para dar importancia a la palabra escrita en la Historia Militar, de la Sección de Discursos Históricos que existe en la Biblioteca Doña Manuela Sáenz del Ejército Bolivariano recopilamos las siguientes:



PALABRAS PRONUNCIADAS POR EL G/B (EJ) RAFAEL T. MEDINA ABARCA, AYUDANTE GENERAL DEL EJÉRCITO, EN OCASIÓN DE INAUGURARSE EL MONUMENTO A LOS CAÍDOS EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER MILITAR.

FUERTE TIUNA, 20 DE JUNIO DE 1986.


Inmediaciones del bosque José Antonio Páez. los Próceres Caracas

A la sombra de un noble Bucare, árbol que nos recuerda a otros de su misma especie con estirpe en las páginas de nuestra historia, en esta Avenida de los Próceres, campo de Marte de nuestra institución, y teniendo al frente el Patio de Honor donde se unen en conjunción fraterna esos focos de luz, que son la Academia Militar de Venezuela y la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación, templos del saber militar, graneros de los cuadros de mando y escenarios de grandes acontecimientos institucionales, estamos aquí acompañados de oficiales Generales, Superiores y subalternos, Sub-oficiales Profesionales de Carrera, Tropas y Personal Civil, para rendir un acto de justicia a todos los soldados caídos en el cumplimiento del deber, entre los presentes se encuentran familiares de esos insignes ciudadanos a quienes hoy les tributamos merecido homenaje por sus acciones heroicas libradas a través de veinticuatro años en aras de la Soberanía Nacional.

Años cruciales para la humanidad y la paz mundial, la década de 1960, de ese torbellino era difícil esperar que un país mirado por la codicia del extremismo pudiera escapar de la Guerra Subversiva, gracias a ciudadanos como estos, y a la respuesta digna de nuestro pueblo, eso no fue posible.

En aquellos tiempos terminaba una larga dictadura, que había alterado la normal evolución de las instituciones, y una nueva vida democrática empezaba a nacer, parte preciosa de nuestra juventud se deja deslumbrar por la ebullición y la algarabía de una revolución foránea, surgida por causas extrañas a la situación Nacional y conducida por hombres de formación diferente a la del gentilicio venezolano, a un pueblo como el nuestro amante de las causas justas como ha demostrado a través de la historia.

Por la misma razón de haberse interrumpido el desarrollo regular de las instituciones, la juventud, desorientada, inmadura cívicamente, fue presa inocente de ideólogos a su vez llenos de fantasías, quienes al correr del tiempo se han convencido que para alcanzar objetivos de poder deben conquistarlos en buena lid, al amparo de las garantías y derechos ciudadanos y en obediencia incondicional a los dictados de la constitución y las leyes de la República.

Nos duele, como venezolanos, como padres de familia, y como formadores de juventudes, recordar la muerte prematura, inútil y absurda de muchos compatriotas adolescentes llevados a las montañas y a las calles urbanas por las manos del error, recordamos también la irrupción de compañeros de armas que abjurando de su credo venezolanista y de la solemne promesa de defender la Bandera y las instituciones republicanas, hicieron armas contra el Estado de Derecho, pero la vida y la salud de los Oficiales, Sub-oficiales Profesionales de Carrera y soldados caídos en actos de heroica lealtad, al acudir firma y decididamente al llamado de la patria, en aras de la estabilidad y vigencia del régimen elegido por suprema voluntad popular, son vida y salud de nuestro pueblo, son jirones de nuestro propio ser como soldados y sus nombres constituyen nuevos símbolos para los oficiales, suboficiales profesionales de carrera y soldados de hoy.

El monumento ya develado, previsto entre las directrices de exaltación patriótica, insertas en la Guía de Planeamiento del Señor Comandante General del Ejército, General de División José Humberto Vivas, contiene en su lado izquierdo los nombres de los oficiales, Sub-oficiales profesionales de carrera y soldados fallecidos en cumplimiento del deber.

Nótese como fue sustraído el escudo del Ministerio 

En estos días, cuando nos aprestamos a rendir tributo a los héroes que hace 165 años sellaron en Carabobo la libertad de Venezuela y a inaugurar este monumento en memoria de hombres inmolados por una causa justa, hermosa y sublime como es el brillo eterno de la libertad, un hecho abominable y artero viene a enlutar nuestros espíritus, con el zarpazo de bandoleros que cegó la vida juvenil de tres soldados de nuestro Ejército, quienes cumplían el sagrado deber de defender la patria y sus instituciones, mientras se hallaban destacados en un puesto fronterizo del Occidente del país. Los soldado Ramón Muñoz Travieso, Miguel Medina Paredes y Gustavo Mora Rojas, murieron con valor, con dignidad, como sólo mueren los héroes, los que aman a la patria con integridad y honor. El señor General de División Comandante General del Ejército dispuso de manera inmediata, entre otras ofrendas, incluir sus nombres en esta galería, donde están los soldados que cumplen servicio permanente ante el futuro.

A la diestra del Monumento, podemos observar las figuras del Cabo 2º Andrés de Jesús Garcés y Monseñor Luis María Padilla. El primero, un soldado fiel, disciplinado, buen amigo, buscado por todos para hacerse acompañar por él por su nobleza y lealtad hacia superiores, subalternos y compañeros, era un hombre del pueblo venezolano, digno hijo del Estado Falcón, y prestaba servicio militar en el Batallón de Infantería “Manuel Carlos Piar”. Su esperanzada vida juvenil, su gallarda estampa de soldado enérgico y satisfecho de llevar el uniforme y las insignias del Ejército venezolano, quedaron tendidas en la frialdad del pavimento, pero desde el instante mismo de su último aliento, el Cabo 2º Andrés de Jesús Garcés, inició una nueva y excepcional etapa de Servicio Militar, aquella que en alas de un ideal y de un sentimiento arraigado del deber, pasa a través del tiempo y se eterniza ante los sucesivos contingentes y generaciones, como paradigma del soldado, su nombre y su acción heroica, ya pertenecen al acervo espiritual de nuestra institución, como un toque que nos recuerda, al compás de a palabra ductora de Bolívar: “Una muerte gloriosa triunfa sobre el tiempo y prolonga la sublime existencia hasta la más remota posteridad”. ¡Andrés de Jesús Garcés, presente con nosotros!

También presente con nosotros, Monseñor Padilla; un sacerdote ejemplar; abnegado representante del creador en los diferentes momentos de la existencia, en el tiempo para llorar y en el tiempo para reír, según el Libro Sagrado del Eclesiastés, Capellán celoso del cumplimiento del deber, ante el dolor que sufre aquel humilde miembro de las Fuerzas Armadas, por su herida mortal, se acerca a él, lo abraza y trata de retirarlo de la zona de peligro. La dramática escena ocurre en una calle de Puerto Cabello, y un acucioso, oportuno y laureado fotógrafo captó la imagen que recorre al mundo y quedó como testimonio de un malhadado episodio de la Historia Contemporánea de Venezuela. Esta es una lección que merece la reflexión de todos nosotros, llena de múltiples sugerencias, pero he querido detenerme en este instante reverencial solo a enaltecer los valores que cabían en el alma de aquel soldado del Ejército venezolano, como defensor del orden constitucional y de la libertad de nuestra patria y en aquel capellán, fallecido en fecha reciente, que simboliza la fe, el amor, el auxilio espiritual y moral, el espíritu humanitario, el arrojo físico de un hombre que desafía el peligro para llevar sus brazos, su voz de consuelo a un denodado servidor de su país, o como bien lo definiera Monseñor Ramón I. Lizardi, de feliz memoria: “El Capellán, impávido ante la muerte, encarnación del amor universal de Dios, levanta en sus brazos al soldado herido: Compañero en la hora suprema y amigo siempre”.

Es bueno que recordemos, por cierto, que el 10 de julio, el Servicio de Capellanía de las Fuerzas Armadas, estará cumpliendo el cuadragésimo de su creación y Monseñor Padilla fue uno de los primeros sacerdotes en ejercer el sagrado ministerio de Capellán Militar.

Bien están estas dos imágenes de grandeza humana, de mística militar y devoción patriótica, sembradas en el Fuerte Tiuna, a la vera de dos escuelas de formación de oficiales, bajo el fresco follaje de un bucare y ante la mirada del transeúnte, militar o civil, de hoy y del mañana, para que al germinar en las conciencias, florezca un porvenir de glorias nuevas; para que este monumento que hoy inauguramos sirva de símbolo de hermandad y se borre para siempre la posibilidad de que esos enfrentamientos fraticidas se presenten jamás en nuestra querida Venezuela, que se vea en las glorias de Carabobo, Ayacucho, Boyacá y Junín y en actitudes como la de este soldado y este Capellán, ejemplos y asideros para las nuevas campañas que ahora nos corresponde realizar en paz, en libertad, en los viriles y constructivos afanes de un país democrático; al rescoldo de los ideales y esperanzas que sustentaron los padres de la patria para cumplirse al término de la Guerra de Independencia, tal como lo han soñado todos los grandes y bien intencionados hombres que han trabajado por la justicia, el bienestar y la pujanza de nuestra querida nación venezolana.

Señores


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